lunes, 11 de septiembre de 2017

Prólogo de Jorge Daniel Mercado

RUBÉN ZORRILLA: UN GENIO DESCONOCIDO.

Un encuentro inolvidable
   “No hay ninguna palabra para esta aventura sin réplica, tan inevitable como el aire. Ningún sello o señal para estas tramitaciones azoradas, que se consuman desde la avidez de lo minúsculo, y que son más enigmáticas que el cosmos. Apenas sinuosidades abstrusas en la gama de las ambigüedades y el azar”. De esta forma, en su poema “Vivir”, describió el misterio de la existencia quien, en mi criterio, era un genio, creador de una obra desconocida por la mayoría: Rubén Héctor Zorrilla. Y así lo conocí, con la ayuda siempre misteriosa de la suerte —o quizás del destino—.
   Fue en una reunión inolvidable organizada por la “Fundación Hayek”, en septiembre del año 2002 —presidida cálidamente por Alberto Benegas Lynch (h) y Carlota Jackisch—, a raíz de unas fotocopias con fragmentos de un texto de Schopenhauer que repartí entre los asistentes que habían llegado temprano al evento —relacionados con un tema abordado por un expositor en una reunión anterior—. Zorrilla —que asistía, como yo, como oyente, y estaba entre esas pocas personas tempraneras— agradeció mucho ese gesto mínimo, y me pidió y anotó mi dirección;  “le voy a enviar mi libro”, prometió. A los 15 días lo recibí por correo, dedicado, con su número telefónico. Así pude leer por vez primera uno de sus brillantes textos: Mercado y utopía. Notas a Marx, que me pareció de lo mejor que había leído como crítica al pensador prusiano, a quien ya había leído por mi flirteo con el ideario marxista.   Con dudas por temor a incomodarlo, decidí finalmente llamarlo para expresarle lo excelso que me había parecido el libro. A partir de ese día, como en el final de la película “Casablanca”, surgió una bella, bellísima amistad.
   A medida que me iba adentrando en su bibliografía y absorbiendo su enseñanza oral, cada vez me parecía más extraño que semejante portento no fuera requerido mucho más para participar por los medios masivos de comunicación y los divulgadores de cultura. Me costó un tiempo admitir que el riguroso tamiz ideológico, a veces hasta inconsciente, que reina por estos lares —marxistoide y/o peronista— era impasable hasta para aquellos hombres que un país no puede darse el lujo de desperdiciar, so pena de pagarlo muy caro, como estimo ha ocurrido en su caso.
   Y por eso, por ser Zorrilla, además de “políticamente incorrecto”, un perfecto desconocido para gran parte de la sociedad argentina y de la intelligentsia, o no ser valorado en sus reales por quienes sabían de su labor —lo cual sigue, por desgracia, ocurriendo, salvo honrosas excepciones— tuve el inmerecido privilegio de reunirme con él los días jueves en el café de la estación de servicio “YPF” de Juan B. Justo y Nicaragua, en C.A.B.A., a una cuadra y media de su casa, durante largos y fructíferos años, junto con el siempre magnánimo Horacio Domínguez y la bella Elena Valero Narváez. Allí, desayunando café y medialunas, intercambiábamos ideas hasta pasado el mediodía, sobre la Argentina y el mundo, con este “millonario en tiempo” (sic), expresión con la que aludía a su condición de jubilado. Un mercado de ideas, un intercambio que se intensificó a partir del 2003 en reuniones quincenales con el grupo de estudio “Eidos” que dirigí, en Ramos Mejía —muy cerca de Ciudadela, donde nació—, donde los domingos, a las cinco de la tarde, entre facturas, tortas,  infusiones e invitados, este gran hombre no sólo nos regalaba su enorme conocimiento histórico, filosófico y sociológico sobre nuestra patria y el orbe, repitiendo conjeturas y conclusiones provisorias, anticipando otras, canturreando tangos y dando ejemplos hasta con personajes de la farándula del momento, sino que desplegaba su ingente sensibilidad, humor y carisma, enamorando invariablemente a todos quienes asistíamos.
   De ese milagroso y sabroso banquete zorrillesco, digno de describir por talentos de la talla de un Platón o un Dante —a pesar de ser el primero el ideólogo del primer estado totalitario (carcelario como lo es casi toda utopía) y el segundo un talibán católico—, he tomado migajas de saber y vida, en charlas que hoy tanto extraño, quizás porque, como sostenía el autor del Fedón, el amor profundo y auténtico está íntimamente ligado al conocimiento.
2010: Origen y significado del imperialismo
   Como hombre de espíritu filosófico —tenía bastante de filósofo estoico—, Zorrilla era muy consciente de su propia finitud, que ponía de manifiesto cada vez más, por el ineluctable paso del tiempo y por un problema puntual de su salud que en confianza me detalló: un nuevo tumor benigno en su cabeza —una experiencia por la que ya había pasado mucho tiempo atrás, habiéndole dejado la operación cierta secuela en su rostro y en su habla—. Me dijo a fines de octubre de 2010: “me voy a jugar la vida en la operación, pero no tengo otra opción”. Es que el problema era que ahora le ocasionaba mucha incomodidad, inclusive al caminar. La operación, finalmente, no llegaría nunca…
   Lo relevante es que era consciente que quizás no podría llegar a concluir el que sería su último libro, y menos como él quería: “el tema del libro me está volviendo loco; algo estoy corrigiendo, puse algunos títulos, pero está todo crudo, sin corregir, sin títulos”, se lamentaba.
   Con todo, tenía depositadas muchas esperanzas en este trabajo,  y no eran infundadas: “en este escrito dejo ideas fundamentales, acerca de la Primera Guerra Mundial, de la Segunda, del liberalismo de fines del siglo XIX hasta la recuperación que, estimo que viene, con la caída de la Unión Soviética, y antes ya, evidentemente, en 1974 o 1975, en que era claro que la experiencia socialista había fracasado. Y doy ideas muy interesantes, creo yo; no sé si son para aceptar, ni tampoco pido la aceptación. Quiero que las miren críticamente y vean si son plausibles desde el punto de vista de los datos históricos que tenemos. Me parece que sí, pero puede que no sea así; son hipótesis interpretativas…”, sostenía con espíritu popperiano, sabedor de las fragilidades que todo lo humano porta.
   Se entusiasmaba adelantándome algo de lo que pensaba publicar si los vientos le eran favorables: “por ejemplo —afirmaba—, es una barbaridad  decir que la Argentina, inclusive Uruguay, Brasil o Chile han sido alguna vez dominados por el imperialismo. Eso no ha ocurrido nunca. Es cierto que hay posiciones de poder, incluso económico, por razones de mercado. Ahora la ‘manija’ la tiene China  y la India, pero no es porque sean imperialistas, es una situación de mercado,  como cuando uno ofrece un producto mejor, que da más ganancias, sobre otro que tiene un producto inferior. Eso es una situación que se da, pero no le ponen un revólver en la cabeza a nadie para que a uno le compren sus productos, es porque se tiene un producto mejor. Entonces, Estados Unidos, Gran Bretaña, Holanda, Francia y otros países simplemente ofrecían mejores cosas. Ahora, es cierto que eran al mismo tiempo imperialistas, dominaban un territorio, países, pero también es cierto que algunos de esos países que dominaban no tenían nada (...)  Sí podían sacar de un país con una cultura muy rica pero carente de economía dineraria, como China, por ejemplo, el té (...)". Y  refiriéndose en particular al caso de Inglaterra en China, decía que "a raíz de que las deudas inglesas eran muy altas, hicieron una guerra típicamente imperialista para imponer el opio que el emperador había prohibido, en una guerra siniestra. Eso ocurrió, y algo parecido pasó en la India. Pero también trajeron libros, trajeron universidad, trajeron conocimiento, trajeron ferrocarriles. Hay una cita de Marx que voy a poner sobre el imperialismo inglés en la India. Aunque la visión de él es historicista, él cree que es mejor que eso sea así pensando en el futuro. No, lo que hicieron los ingleses es malo, pero el hecho es que ocurrió y tuvo consecuencias diferentes, y buenas, pero en otro sentido.  Evidentemente, en el fondo, tanto el imperialismo inglés como los imperialismos que actuaron en China (...) no lograron crear progreso notable. ¿Por qué?, porque el progreso es muy difícil. Para eso se tienen que dar una serie de requisitos. Recién ahora, por ejemplo, vemos que la India esboza algo, y así y todo uno ve un documental y queda paralizado de terror por la miseria que hay”, concluía.
   En cuanto a aspectos nodales del texto póstumo que tengo el gusto de prologar —en el que caen bajo su ojo crítico “vacas sagradas” como Eric Hobsbawn y Niall Ferguson—, una de las "ideas fuerza" supone que el último imperialismo, tal como él lo define, fue el socialista, el de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que como recalcaba con un dejo de ironía, “no eran ni unión, ni repúblicas, ni socialistas ni soviéticas”. Y que Estados Unidos, al revés de lo que es común escuchar, y por diversas razones de las que se dan cuenta en el libro, no es para el autor en la actualidad un imperialismo, aserto por el que muchos lo defenestrarían, aun sin conocer las bases de su opinión, expuesta a lo largo de catorce capítulos y casi quinientas páginas.
   En cuanto al futuro, siempre coherente con su apego a lo racional y a lo empírico, decía que era imposible de conocer. Pero, en tren de hipotetizar, decía que China, de seguir con su profundización capitalista, sufriría fuertes crisis sociales, pues la gente pediría libertad individual y democracia; “de pasar esto, ustedes lo verán, yo no”.
   También decía que “si se da el capitalismo global el mundo va a tener múltiples poderes, que es lo que pasa con cualquier país que se desarrolla. Cualquier país que se desarrolla desde la economía dineraria y llegan indicios de capitalismo, comienza a desarrollar una pluralidad de poderes en la sociedad civil, no en el Estado, aunque también el Estado se agranda;  se generan una pluralidad de poderes, que son básicamente económicos, pero hay otros, en la opinión pública, y una serie de otros hechos sociológicos importantes, que fuerzan a crear un sistema que institucionalice el conflicto, que eso es la democracia. La democracia dice: ‘conversemos, a ver qué podemos negociar y ponernos de acuerdo’. Ahora, esa propuesta no supone que la propuesta final consensuada sea buena, quizás es mala, pero esa es la única manera que tenemos de consensuar propuestas aplicables y pacíficas, es decir que no nos matemos entre nosotros al proponer y discutir. La democracia, como dijo Churchill, quizá sea muy mala, pero es el menos malo de todos los sistemas. No garantiza que el acuerdo sea bueno, pero garantiza que podamos aprender, es decir que si algo va mal podemos cambiarlo y ensayar distintos caminos, tentativos. Así es la propuesta cultural y política que propone la democracia. La democracia —enseñaba— no propone que la vida va a ser un paraíso, ni tampoco lo hace el capitalismo.”
   A sólo siete meses antes de su partida, en ocasión de unas entrevistas que le hice sobre su vida y obra, Zorrilla me repitió con particular insistencia lo que me venía manifestando en varias ocasiones: “si me muero, ya sabés qué hacer; acá dejo el libro, en esta carpeta azul”. Ese pedido, esa tarea tácita que me encargó, cumplo ahora, catárticamente, gracias al apoyo invalorable de su sobrino Aníbal, siempre presto a colaborar. Creo que nada podría haber hecho más feliz a Zorrilla que el poner a disposición de todos esta suerte de legado.
   A pesar de haber obtenido algunos premios en su carrera, se sentía, razonablemente, “ninguneado”,  acostumbrando decir: “nadie me lee”;  a partir de este día, 11 de septiembre de 2017, gracias a la tecnología capitalista que tanto defendía, sus pensamientos pueden ser leídos gratis por cualquier interesado en el fenómeno del imperialismo. Escritos tal como él los dejó, con la impronta de su máquina eléctrica y su letra, sin corregir, pero con su estilo inconfundible, para no dejar dudas de su autoría.
   Eso sí: para leerlo con provecho, el único requisito es no aferrarse a los clisés tan conocidos como absurdos y poco fundados racionalmente: que el pensamiento de Zorrilla es “fascista” —sin tener la menor idea de qué es el fascismo—, o “pagado por la embajada yanqui” —se lo han endilgado, ¡justo a él, que decididamente no era rico y en una etapa de su vida trabajó en una fábrica!—, o espetar que es, despectivamente, un “neoliberal” —concepto que, como refieren Axel Kaiser y Gloría Álvarez en El engaño populista, fue acuñado en 1932 por el intelectual alemán Alexander Rüstow pero que, debido a su uso tan extendido e ideológico (en especial en América Latina), ya nadie sabe bien qué significa, según mostraron Taylor Boas y Jordan Gans-More, y se usa como eslogan agresivo, que apela a lo emocional, una mera falacia, un argumento ad hominem contra los partidarios de las reformas liberales—.
   En una palabra, dejando de lado las creencias, en el sentido que le daba a este término Ortega y Gasset, teniendo mente abierta, no rechazando de plano su visión, y más, tomando el consejo de Bertrand Russell, esto es, darle crédito al autor y leerlo con cierta simpatía, tratando de colocarse en su paradigma, observar con sus anteojos, para sí luego acordar o no, total o parcialmente, como es usual hacer con las ideas, que no están ahí para ser reverenciadas como tótems, sino para servirnos en nuestro inacabable pero siempre fascinante intento de entender el mundo.
Un argentino polifacético y “culpable por occidental”
   En sus 83 bien vividos años, supo ser un hombre polifacético, destacado en las áreas que le movían su cuerda íntima: investigador, traductor, escritor, sociólogo, ajedrecista, poeta, periodista, docente. Nada de lo humano le era ajeno: ese era su orgullo. Un hombre que detrás de su agudo intelecto, latía apasionadamente con el mundo y, en especial, con su país natal, como lo evidencian sus libros sobre la formación y los aportes de la sociedad moderna, sobre el capitalismo y el socialismo —Origen y formación de la sociedad moderna (1984), La sociedad del mal. Complejidad y capitalismo (2000), el ya citado Mercado y utopía. Notas a Marx (2001) y Sociedad de alta complejidad. Capitalismo y socialismo (2005) —, sobre sindicalismo —algunos ya clásicos, como El liderazgo sindical argentino (1983) o Líderes del poder sindical (1988) — y sobre nuestros orígenes como nación —vienen a mi mente en especial Extracción social de los caudillos (1810-1870) (1972) o Cambio social y población en el pensamiento de mayo (1810-1830) (1978) —. Y también dotado de una fina sensibilidad, que desplegó pródigamente en su poemario, desde su primer libro Arenario (1966) hasta el último, Poemas para pensar en ti mismo (2006). A pesar de que lo que diré horrorizaría a Borges, y como le he dicho muchas veces, era de esos hombres que merecerían ser inmortales a su pesar, imprescindibles por sus invaluables aportes a la sociedad.
    En la polémica sostenida en la revista “Vigencia” con Gregorio Weinberg —al que le endilgaba la inconsecuencia de proponer un pluralismo  y una tolerancia que desaparecía a la hora de juzgar con intolerancia a Occidente—,  Zorrilla escribió en 1979 con firmeza y sarcasmo:  “me declaro culpable de una objeción evidente: soy un occidental y por eso pienso así”. Coherentemente, le tocó nacer un 11 de septiembre de 1927, un 11/9, fecha clave que desde 2001, debido a los condenables atentados ocurridos en Estados Unidos, nos recuerda que Occidente, con todas sus lacras, injusticias y tragedias, pero también con sus innegables grandezas —entre las que destaca la secularización, noción clave en su teoría—, es una conquista y que como toda conquista, puede perderse si no la defendemos y cuidamos. En tal sentido, y aclarando que Zorrilla valoraba la aparición del Estado como un avance en la historia humana, y de ninguna manera postulaba su desaparición, Origen y significado del imperialismo es una advertencia clara sobre los extremos indecibles a que puede llegar el estatismo, como lo expone a la fecha, por caso, Venezuela. Estamos advertidos.
   Como ocurre en los vínculos libres y entre personas sinceras, hemos tenido lógicas y, a la postre, inesenciales discrepancias, en debates que suponían el ejercer plenamente la libertad de pensamiento y expresión. Pero ese amor a Occidente —con respeto por el valioso e imprescindible aporte de Oriente— nos unía.
   No era lo único. Me unía y une inefablemente a él, el viaje intelectual desinteresado —a caballo de lecturas, reflexión y cotejo con la realidad— desde simpatías socialistas hacia liberales, y hasta problemas de salud parecidos. Y también el asombro por el misterio de la vida, la pasión por el conocimiento, la poesía, el fútbol, el tango, la pintura, el cine, el ajedrez y el cariño por Boca Juniors, en un cordaje sentimental fuerte, invisible e inexplicable, que sigo sintiendo aun sin su presencia física. En suma, siento su huella en “la aventura de vivir”, exploración incierta que Zorrilla caracterizó en un poema que tituló con dicha expresión y reza: “la aventura única que emprendes tejerá los portentos del capricho y el orden según los ritos de una alquimia que nadie conoce”.
   Hoy, en un nuevo y especial aniversario de su nacimiento —cumpliría 90 años—, lo recuerdo emocionado, y lo interpelo, donde esté, con estas palabras que tal vez sean un simple monólogo liberador —o no, ¿quién sabe?— : ¡gracias, gracias, gracias, amigo, maestro, generoso, querido Rubén Zorrilla! 

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